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24 jun 2011

Smithsonian FolkLife Festival Washington DC

Washington, la gran vitrina de la cultura colombiana

Foto: Archivo particular periódic El Tiempo, Colombia.

Colombia, protagonista del Smithsonian FolkLife Festival en Washington DC

Cualquier turista desprevenido que se pasee, a partir de este próximo 30 de junio, por el famoso Mall de Washington probablemente sentirá que ha ingresado a uno de esos cuentos de realismo mágico de Gabriel García Márquez. 


A lo largo de casi dos cuadras -enmarcadas por el Capitolio y el monumento a Washington- se irá topando con indígenas del Amazonas construyendo malocas, silleteros tejiendo adornos de flores, joyeros de Mompox trabajando oro, cocineros del Pacífico preparando aborrajados, así como con canchas de tejo y sapo, un 'rumbiadero' donde se dictarán clases de salsa y tango, un Jeep Willis -traído desde Calarcá-, un carnaval, un circo y hasta una mula cargada de café.

Por supuesto, no se trata de un cuento. Es la muestra que ha preparado Colombia (con el apoyo del Ministerio de Cultura), que este año participa como país invitado en el Smithsonian FolkLife Festival, el evento cultural y folclórico más importante de Estados Unidos, al que cada verano, desde hace tres décadas, acuden más de un millón y medio de personas provenientes de todo el mundo.


Lo que sí ha sido un cuento es el largo y riguroso proceso detrás de una exposición descrita como "histórica y única" por el embajador colombiano ante la Casa Blanca, Gabriel Silva.


Tras recibir la invitación del Smithsonian, en febrero del 2008, se decidió que la diversidad colombiana solo podía ser personificada a través de su gente y la relación de esta con su medio ambiente.

A partir de allí, y a lo largo de dos años, un grupo de curadores colombianos y estadounidenses se dio a la tarea de viajar por todos los rincones del país en busca de lo más autóctono y representativo. 


Del esfuerzo salieron identificados siete 'ecosistemas culturales' y 2.500 personas, de las cuales fueron seleccionadas 100, que viajarán a Washington este 28 de junio para participar en el festival.

Algunas son personas de lugares tan recónditos que no hablan español, que han visitado escasamente la cabecera de sus municipios y que no contaban con cédula ni mucho menos con pasaporte.

"Esto no es una muestra de artesanías o exposición de cosas típicas -dice Silva-. Es, ante todo, la muestra cultural más grande que se ha hecho del país y que requirió de un trabajo profundo para llegar a las verdaderas raíces".


Tan riguroso fue el trabajo, que quedó un inventario de expresiones culturales de todas las regiones del país, que no existía hasta ahora. Entre el grupo hay de todo un poco: músicos, bailarines, cocineros, artesanos, joyeros y artistas urbanos; además, hay personajes como Jhon Jairo Amórtegui, un conductor de Jeep de la Zona Cafetera, o mujeres del Pacífico que participan todos los años en el concurso de peinados afro.

"Buscamos mostrar la cotidianidad de la gente sencilla del país, pero no una cotidianidad idílica. No seleccionamos a un grupo de personas que fabrican cosas, sino sabedores de las regiones que mantienen sus oficios en medio de dificultades", comenta Margarita Reyes, curadora.

Así como fue de compleja la selección, lo fue la 'puesta en escena'. Como Colombia no quería utilizar los típicos toldos con estructuras de hierro, escogió la guadua; le asignó la tarea al arquitecto Simón Hosie. Lo primero, por supuesto, fue explicarles a los gringos qué era una guadua. Pero lo más difícil fue cumplir con las especificaciones técnicas que exigían. "Las estructuras tenían que resistir vientos hasta de 144 kilómetros por hora (huracán categoría 1), pero sin ningún tipo de anclaje, pues en el Mall no dejan abrir huecos", comenta Hosie.

Tras revisar muchos números y modelos con su socio ingeniero, llegaron a un diseño que bautizaron la 'hojamanta', en honor de las estructuras de hojas de plátano que usan como casa temporal los indígenas nukak-makú, en el Amazonas. 


De estas, que son reutilizables, Hosie espera que se puedan emplear en el futuro para albergar a afectados por el invierno; se construirán 14, que servirán de sede para que los asistentes puedan enseñar los secretos de sus obras. Asimismo, se diseñó una estructura central de 13 metros de altura por 20 de ancho -la más grande en la historia de estos festivales-, que será el eje de la muestra urbana y que tuvo como inspiración nuestros barrios populares.

Aunque son 11 días de festival, hay tantas actividades programadas que hasta parece poco tiempo. A las clases de baile se sumarán ocho grupos musicales, demostraciones culinarias y artesanales y muestras de Circo Ciudad, del Carnaval de Mompox y del famoso 'baile del muñeco', del Amazonas, entre muchas más.

Once días, en todo caso, que el Gobierno espera aprovechar al máximo para dejar en alto al país. "Nuestra cultura estuvo escondida por más de 20 años tras un muro de violencia y narcotráfico. Es hora de mostrarnos", concluye Silva.


Alfarería de Ráquira, una tradición de 5.000 años

Rosa María Jerez ha moldeado su vida y la de sus cinco hijas con el mismo esfuerzo con el que amasa, sin moldes ni tornos, el barro del que vive. Usa solo sus manos, tal como lo hacían los chibchas en Ráquira, la capital artesanal de Colombia.

De 49 años, esta mujer de manos recias mantiene la tradición y escarba la tierra en lo más alto de las montañas boyacenses para buscar la arcilla con la que hace sus vírgenes, ángeles y cristos con ruana, su especialidad y marca de familia, creada por su madre, Otilia Ruiz. "Es una tradición de más de 5.000 años. Somos hechos del barro y yo vivo de la tierra", dice, después de clavar el azadón en el barro, que luego carga sola, en su mula. Más tarde, en su taller, llamado Las Otilias Milagrosas, remoja la tierra, la muele o la prensa con sus pies descalzos para dejarla lista y convertirla en imágenes.

"Aprendí de mi mami, a los 8 años. Ella nos levantó con el barro, vendiendo las figuras en el mercado de Villa de Leyva", cuenta, con las lágrimas a punto de salir porque considera que su participación en el festival del Smithsonian se la debe al esfuerzo de su madre, que, como ella, fue reconocida como maestra de alfarería por Artesanías de Colombia. A Washington llevará el barro y demostrará todo lo que sus manos pueden hacer. Su sueño es tener un taller demostrativo o, al menos, un almacén, porque, a pesar de ser una de las más reconocidas de este municipio -que en chibcha significa pueblo de olleros-, no tiene dónde exhibir sus obras, hechas solo con barro, agua y sus manos.

La niña tejedora de sombreros aguadeños
En las manos de Lida Isabel Hernández está tejida una tradición de más de 150 años: la de los sombreros aguadeños, de Caldas. Tiene apenas 12 años, pero desde los 8 repite la historia de su madre, su abuela y todas las mujeres de esta región: darles forma a los famosos sombreros que hoy se exportan al mundo. "Desde chiquita, para donde yo mirara había alguien tejiendo, y mi mamá tuvo la calma de enseñarme", dice la niña, mientras teje la palma de iraca, que le cubre las piernas, y ve televisión. Ella es también la más pequeña de las representantes del país en Washington, pero habla como una mujer grande de no dejar morir esta tradición. "Muchos turistas dicen que les gusta, pero el sombrero está muy mal pago y si una mujer de acá no se apoya en su marido, no puede sobrevivir", afirma Lida, que sueña con ser actriz y cursa octavo grado en el colegio Roberto Peláez. "Un cuarto de cogollo de palma nos cuesta 5.000 pesos y uno se puede demorar dos días y medio haciendo un sombrero, por el que pagan 16.000 pesos". 

Los cantos de vaquería
Víctor Cenón Espinel adora andar descalzo o en cotizas en su finca de Maní, Casanare. Adora también empezar cada mañana cantando joropos e inventando tonadas para tranquilizar a sus vacas.

Interpreta los llamados cantos de vaquería, una tradición de los Llanos Orientales que aprendió de su abuela. "Es una costumbre que se usa para tranquilizarlas. Uno se les acerca, les canta y se ponen mansiticas", afirma el también contador de historias de la llanura. Espinel se ha presentado en decenas de festivales de joropo, pero nunca ha grabado las canciones ni las tonadas que le compone al ganado porque prima más su vida como campesino.

Para su viaje a Washington ya empacó su sombrero, que nunca deja, su cuchillo -que tendrá que mandar en la bodega del avión- y sus cotizas porque, como dice, "nunca me he puesto un par de zapatos".

Peinados afro: relatos ambulantes de la madre África
Caminos escritos en las cabezas de las mujeres afro, rutas de esclavos dibujadas con trenzas, historias ambulantes de África. Esa tradición es la que llevará Xiomara Asprilla a Washington con sus peinados.


Nacida en Istmina, tierra de río y chirimía, creció viendo trenzas y aprendió a dibujar en la cabeza de sus muñecas y luego en las de sus amigas.

"Es un arte que viene de nuestros ancestros africanos, que usaban el cabello de las mujeres para comunicarse, como mapas de escape", dice Xiomara, estudiante de Trabajo Social.

Esta práctica, que servía también para camuflar el oro que encontraban los esclavos, pervive no solo en el Pacífico colombiano, sino en San Basilio de Palenque y en ciertas zonas de Cartagena.

Esta tradición refleja también los colores y la música de la Colombia negra, y hoy se adorna con chaquiras y hasta con pelo sintético para crear obras de concurso.

Xiomara dibujará en la cabeza de tres modelos instrumentos que integran una chirimía chocoana: platillos, maracas y tamboras; también diseñará un paletón -un ave roja y amarilla que está en vías de extinción- y una corona tradicional. 


"Me gustaría que allá aprendieran lo que significa esto para nosotros", comenta.

Campeón 'yipero' descrestará con piques y trasteos
A Jhon Jairo Amórtegui casi se le va el alma cuando vio cómo desarmaban a 'el Rojito', su 'yipao' preferido, para montarlo al buque que lo debía llevar a EE. UU. "No me estaba despidiendo del Willys, que me da el sustento, sino de alguien que es como mi mamá".

Más conocido como 'Guama', de 42 años y 'yipero' de profesión, Amórtegui hará piques y les demostrará a los gringos que en el Quindío hasta lo impensable se puede subir a un 'yipao'. "Le voy a poner café, un trasteo, una Virgen. Irá hasta el tope", cuenta el amante de estos carros americanos, conocidos por su estabilidad y capacidad para moverse en terrenos hostiles. Comenzó a los 10 años viendo a su papá; ahora, no solo se dedica a cargar café en los pueblos cercanos a Calarcá, con lo que gana unos 35.000 pesos diarios, sino que se la pasa de concurso en concurso junto a sus hijos.

"Este es el tope de mi carrera, creo que soy el primer 'yipero' en Estados Unidos", asegura muy orgulloso el ganador de premios en Calarcá, Montenegro y Quimbaya. Ya tiene listo su amuleto: un zapatico de su hijo. "Lo llevan todos los 'yiperos' que se respeten".

Detalles gastronómicos

- Una vez se escogió la representación en gastronomía, sus miembros se reunieron con los curadores para saber cuáles ingredientes podían comprarse en Washington y cuáles debían traerse desde Colombia. Uno generó mayores problemas: la leche no pasteurizada del queso de capa, que hará Óscar Pupo, pues su venta en EE. UU. está prohibida. Hubo que pedir permisos especiales. La compraron en una finca cerca de Washington.

- Los platos que se prepararán en el National Mall no podrán ser vendidos ni ofrecidos al público, pero habrá una carpa donde se podrá comprar comida colombiana 'certificada', al igual que artesanías y joyas.
Fuente: SERGIO GÓMEZ MASERI Y CATALINA OQUENDO
Corresponsal y Redactora de EL TIEMPO.COM

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